En la penumbra de nuestra sociedad sonámbula, las líneas entre la realidad que enfrentamos y la que evitamos son borrosas. Nos aferramos a la comodidad de lo conocido, temerosos de abandonar la zona de confort que nos ata a una hipnosis colectiva. Evitamos la introspección, pues estar solos con nuestras imperfecciones es una verdad incómoda que preferimos eludir.
En este letargo, el sistema se aprovecha de nuestra complacencia. La propaganda, hábilmente insertada en los medios, susurra mensajes subliminales en nuestro subconsciente. Así, adoptamos un estilo de vida estandarizado, donde trabajar, consumir y evadirnos conforman la rutina. Cada cuatro años, depositamos nuestras esperanzas en líderes políticos, pagamos impuestos y les endosamos la culpa de nuestras frustraciones.
La verdad incómoda es que, al resignarnos, confirmamos el control del sistema sobre nuestras vidas. En la oscura sinfonía de la hipnosis colectiva, perdemos la capacidad de cuestionar y nos sumergimos en la monotonía de una existencia predefinida. Romper este hechizo requiere el coraje de enfrentar nuestras propias sombras y desafiar el status quo que nos mantiene adormecidos.
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